Desde Cairns, Sydney, sentados en el lobby del hotel Rydges, nos toca programar la siguiente etapa del viaje. Tenemos que llegar a Bangkok. Rafo, Martín P. y Pompeyo van a conectar mañana vía Singapur. Yo debería salir también mañana, vía Hong Kong, pero soy víctima de la complejidad del proceso de emisión de mi tícket aéreo. Fue emitido a través de una agencia de viajes peruana (que está a 15 horas menos de distancia y, por lo tanto, en este momento todas sus agentes duermen a pierna suelta justo cuando más las necesito) a través de la oficina de Miami de Cathay Airways (que está cerrada también y que sólo es una voz robótica que recomienda que llame al call-center 24 horas de Hong Kong) para un vuelo Cairns-Hong Kong vía Qantas. Esta última (Qantas) no tiene otra vela en el entierro que operar el vuelo.
Pues llevo veinte minutos por reloj conectado a Skype intentando que alguien en el call center de Cathay Hong Kong atienda el teléfono. Sorry our webs are busy at the moment repite cada dos minutos una chinita con un acento bastante decente, por lo menos entendible a la primera, lo cual ya es un mérito. (Esto es una nota a pie: recuérdenme de escribir alguna vez sobre una de las contribuciones tecnológicas más revolucionarias de la historia. De Skype. Ahorra dinero en serio. Se puede hablar con cualquiera desde una laptop. Y qué decirlo si se comunican desde el Lobby a través de una Mac Air, que es la versión en laptop de una guapísima y genial francesa bien vestida y sentada con las piernas cruzadas mirándote a los ojos, cigarrito en mano, mientras tecleas) .
Pues voy a diluir mi mal humor haciendo sólo un pequeño reporte de mi viaje y NO hablando de política. Para mí, las cartas ya están echadas y para qué discutir con el PPKismo villamariano o negar la monstruosa realidad Humaloanfibia. O Toledo pasa a segunda a competir con Mefistófeles Humala, o nos llega el acabose con Humala (o Keiko). Me sobreviene una escena de helicópteros rescatando a los últimos resistentes de Lima, como si se repitiera la historia de Saigón en los setenta. Sálvese quien pueda! El último en irse que me traiga una Bembos con Inca Kola.
Entonces, me voy a enfocar en el viaje y en las pequeñeces que nos ocurren. Será mi forma de negar la realidad y el peligro inminente. Será el festín al borde del cementerio cuando la peste bubónica asola los barrios populares, una borrachera dantesca que sobreviene al tropel cuando las murallas de la ciudad están a punto de caer. Los bárbaros están a las puertas de la ciudad! Sálvense quien pueda!
Conseguí cambiar mi pasaje por obra y milagro de Skype y de la simpática encargada de Cathay – Hong Kong! Ahora salgo el 06 en vez del 07 de abril, junto con el resto del grupo, y llego cómodamente a Hong Kong con un día completo hasta empalmar mi siguiente conexión que es a Bangkok, adonde debería llegar el 07 en la noche.
Han sido cuatro días en Cairns y dos días en Sydney, una especie de “peinado” superficial de Australia, país demasiado grande (no por nada subcontinente le dicen). No puedo pretender conocerlo en una visita tan corta. Ya habrá una visita adicional y tocará conocer el verdadero Outback y explorar las posibilidades de Melbourne, Brisbane, Canberra, Perth. Por el momento, me quedo con la Australia descrita por William Gibson, cuya novela Zero History estoy leyendo ahora mismo (recomiendo a todos que lean Neuromancer, del mismo autor):
They’d played Melbourne and Sydney twice each, touring, and each time she’d been so jet-lagged, an so embroiled with band politics that she’d scarcely registered either place. Her Melbourne was a collage, a mash-up, like a Canadianized Los Angeles, Anglo-Colonial Victorian amid a terraformed sprawl of suburbs…A stand-in, something patched together from what little she had available. She felt a sudden, intense urge to go there. Not to whatever Melbourne might be, but to the sunny and approximate sham.
Es mucho menos pobre que Sudáfrica, aunque idéntica en su tráfico sintonizado exclusivamente con la madre patria y desentonado del resto del mundo. Nos cuesta cada esquina doblada y cada óvalo con el Nissan que alquilamos, como si siempre estuviéramos equivocados en la ruta que escogemos.
Australia es más internacional sin duda, sobre todo Sydney. Vi pasear por sus calles la más variada humanidad: aborígenes australianos, chinos, japoneses, ingleses, franceses, italianos, dos mexicanas con un carrito y un bebé cuando iba camino al Fish Market. Brasileros, por todos lados. Y moderna, claro, y dedicada al peatón, al ciudadano medio. Con buses gratuitos, un monorriel, edificios públicos, veredas amplias y cubiertas, señalización adecuada, parques extensos y bien cuidados, muelle alrededor de la bahía y rodeando el Opera House, repleto de cafés y restoranes.
Mi Australia es sobre todo eso, claro, y muy pocos Canguros y Koalas, cocodrilos y didjeridoos. No llegué a ver Cape Tribulation. Tampoco muchas zonas de Sydney que en dos días hubiera sido imposible de peinar exhaustivamente. Eso es mi Australia, claro, y el resto de nimiedades, como que todo cierra anglosajonamente temprano, sobre todo las cocinas de los restoranes, y que los enchufes sean retorcidos a propósito, signo distintivo de que son una ex colonia británica empeñada en distinguirse. Aunque cada uno de los enchufes de cada ex colonia consiga ser distinto del otro, comparten el mismo objetivo: entorpecer las relaciones internacionales con aparatos electrónicos de otras latitudes y longitudes. Es un asunto serio para tratar en el pleno de las Naciones Unidas. En el lobby de todos los hoteles, es siempre necesario pedir el Adaptor.
La Ópera de Sydney es todo lo que las innumerables postales muestran. Sentarme en la Ópera para escuchar el concierto fue todo lo que esperaba. Exactamente. Y fue realmente hermoso. El programa se llamaba The Voice of Ecstasy. Tocaron la séptima de Beethoven, aparentemente la más añorante de sus sinfonías y la más relacionada con la poesía griega clásica –una invitación a regresar al pasado clásico-, y luego una de Barber (Adagio for Strings), que es la del bellísimo final de Pelotón y (me enteré por el prospecto) también la de las ceremonias fúnebres de ex presidentes estadounidenses. Finalmente, Harmonium de John Adams, bastante complicado, con un coro y con poemas de John Donne y Emily Dickinson. La verdad es que, de todo, lo que más me gustó fue el segundo movimiento de Beethoven y todo el performance de Barber, que nunca había podido encontrar, salvo la versión electrónica de DJ Tiesto. Y es increíble, pero uno puede ir a Google y buscar los programas del Opera House y volver a escuchar la séptima desde su computadora.
Lo que sí me ha entregado mucho más de lo esperado es Cairns, el paraíso del buceo, a pesar de la lluvia y el mal clima que nos tocó y que opacaron la Gran Barrera de Arrecifes. Estuvimos dos días buceando y fueron cinco zambullidas a bordo del Ocean Quest, un barco donde se pasa la noche y todo gira en torno al Scuba. 6 de la mañana, primera zambullida. Desayuno a las 7am. 9:30 am, segunda zambullida. 11:30, tercera. Almuerzo a las 12:30pm. 2:30pm, transferencia de pasajeros. 3:00 pm, siguiente zambullida. 5:30 pm, la otra. 6:00 pm, cena. 7:00 pm, buceo nocturno.
Éramos sólo siete en el barco, fuera de la tripulación. Nos acompañaban una pareja de ingleses (un gerente de Pizza Hut en Oxford) y un profesor de odontología saudita de nombre Calipha Al-Calipha. Nos une la pasión por sumergirnos con un tanque de oxígeno a admirar los subterráneos oceánicos de la tierra.
Yo no tengo mi certificado de PADI, así que debo nadar con un instructor y nunca sumergirme por debajo de los doce metros, pero eso fue más que suficiente. Cada sumergida fue mejor que la anterior, sobre todo una vez superado el pánico natural: el miedo a quedarse sin oxígeno, el miedo a equivocarse, el miedo a que le de un síncope a uno a doce metros de profundidad, el miedo a que lo muerda a uno un tiburón.
Otra cosa interesante fue conversar con Calipha, quien se describe como un moderado. Después de todo, estudió en Michigan y vivió cuatro años en EUA. Su forma de ver las cosas es diametralmente distinta de lo que estoy acostumbrado a escuchar. Para empezar, nunca habla de Israel. Se refiere a esa región como “Palestina”. Me muestra desde su I-Phone las fotos de sus hijitos, pero nunca las de su mujer. Supongo que no debe ser elegante portar las fotos de la esposa de uno y mucho menos mostrarlas. No come puerco. No bebe, aunque “le encanta estar en un ambiente con personas que beben”.
Cuando le preguntamos por qué no bebe, nos responde que es su elección personal, que también hay musulmanes que “beben, comen puerco, incluso algunos que fornican”, y que es la decisión personal de ellos. Y sobre Israel, nos dice que su punto de vista es que pueden haber uno o dos estados siempre y cuando haya libertad de adoración para todas las religiones. No suena muy distinto de lo que pienso. Aunque tengo la impresión de que si pellizcáramos más profundo, más diferencias aparecerían. Por ejemplo, cuando le preguntamos por qué en Arabia Saudita sólo se pueden construir Mezquitas y está prohibido construir iglesias, sinagogas, templos budistas, etc., nos dice que Mahoma sentenció que en la península arábiga sólo podía adorarse al Islam. Pronto. Nada más que cuestionar. Aunque pareciera por momentos querernos dar la pista de que en fondo piensa que esas cosas tienen que cambiar.
En algunos temas, lo escucho muy moderno. Después de todo, tiene un IPhone 4 y un Ipad. En otros asuntos, percibo una gran distancia. Pero, en todo caso, no es una distancia tan grande como para que no la podamos recorrer y hacernos amigos. Calipha ya está en mi Facebook!
El mundo está poblado de culturas diferentes, y es sólo exponiéndonos a ellas que reforzamos nuestras creencias fundamentales y que descubrimos nuestras propias incertidumbres y podemos descartar nuestros propios ídolos con pies de barro. Hay que salir del cascarón de occidente, de los países fronterizos que nos rodean y se nos parecen, de la universalista American Way que invade los aeropuertos, los centros comerciales y las carreteras, los centros financieros modernos de las ciudades, los canales de televisión, las cadenas de restoranes, las salas y pantallas de nuestras casas. Al menos, por un momento. No digo que no me guste, pero hay que reconocer que es un parámetro, una forma de vida con sus aciertos y limitaciones
La vida occidental nos impone un patrón definido de comportamiento. Se cena con vino. Se celebra con champagne (o espumante). Los desayunos de hotel siempre traen huevos revueltos, salchicha, café y croissants. Los menús vienen con opciones que incluyen carne, pollo, pescado, pasta. Los semáforos son rojo, amarillo y verde. Después de almorzar, un espresso o un capuccino. Las señales siempre tienen subtítulos en inglés. El cable tiene siempre a CNN. Facebook nunca está bloqueado. En las librerías siempre hay una sección con libros en inglés. El año nuevo es el 1ro de enero. Hay que reconocer formas distintas de vivir. Maneras distintas de pasar el tiempo, de comer, momentos distintos para celebrar, festividades que no siguen el patrón judeocristiano globalizado. Tal vez no sean las costumbres que preferimos nosotros, pero hay que reconocer que otros sí viven de acuerdo con esas normas y hay que respetarlos, siempre y cuando no atenten contra los derechos de los demás, contra nuestros derechos.
En Australia me siento, sin duda, cómodo y extranjero. Es claro que no soy anglosajón, aunque aquí estoy más a gusto aquí que en China. Soy latinoamericano, pero fundamentalmente occidental, por lo menos desde Sydney Cairns mirando hacia Shanghai, Beijing y Hong Kong, mis destinos anteriores y donde me sentí fundamentalmente extraterrestre. Por otro lado, ciertas cosas hacen click con Calipha, a pesar de la enorme distancia cultural. Soy latinoamericano y occidental, pero heredero de una tradición hispana salpicada de árabe, y por ello algo me une con Calipha también. Y claro, su salpicadura occidental en Michigan y su buen inglés lo ha acercado a nosotros. Tal vez no comparta nuestras ideas, pero podemos conversar, entendernos, respetarnos. Y sin embargo, a pesar de todo ese entendimiento, estoy seguro que me sentiría mucho menos a gusto en Arabia Saudita. Me quedo con Cairns, Australia.
Pero debo acostumbrarme a que, a pesar de mis preferencias, el mundo es grande e indiferente a ellas, y que se practican y ejercen actividades y costumbres que es necesario entender, a las que es necesario exponerse a pesar de que no nos atraigan. A veces, toca tomar cerveza a horas ridículas, a las seis de la tarde, como estos australianos hijos de Inglaterra. O es el momento de desayunar dumplings, porridge de arroz y leche de soya. Necesitamos entender que algunos prefieren tomar café amargo y espeso en vez de una copa de vino, o que pueden decidir que no van a comer cerdo, salvo que sea por error, y que no llevarán fotos de sus mujeres (aunque sí las mencionen reiterativamente en las conversaciones), de la misma manera como nosotros no llevamos fotos desnudas de nuestros familiares en la billetera. Es cuestión de perspectiva. Quizás caminamos en la misma dirección, pero no hay un solo destino que sea un punto focal al final del horizonte, sino una amplia línea, un horizonte con muchas cimas, valles y nubes que cubren la perspectiva con demasiadas opciones.
No sé, esta voluntad de aceptar lo diferentes y proyectarse hacia los otros y sus opiniones debe ser un efecto secundario del buceo, cuando me sentía sumergido en un líquido amniótico explorando una realidad alienígena, palpando enredaderas fosforescentes que se te pegan a los dedos, peces globos que se te hinchan entre los brazos, enormes meros que avanzan como naves espaciales y observando túneles y valles que descienden a profundidades prohibidas por el momento, pero que están allí y no se irán sólo porque no podamos bajar a admirarlas más de cerca.